MANISERES ILUSTRES
MANISERAS ILUSTRES

VIDA DE SANTAS JUSTA Y RUFINA
BIOGRAFIA DE:
LES SANTES ESCUDELLERES,
PATRONES DE LA
CERAMICA i
PATRONES DE
MANISES.

Patronas del Gremio de Alfareros,
desde el 31 de mayo de 1746.

Patronas Canónicas de Manises,
desde el 12 de agosto de 1925.

Patronas de la Ciudad de Manises,
Acuerdo del Ayuntamiento de Manises:
de 10 de Mayo de 1961,
aceptado y comunicado por el Alcalde
el 16 de mayo de 1961.

Cuando en el año 1981, como miembro de los Clavarios de Les Santes y encargado de confeccionar el programa de fiestas, me planteé incluir la biografía-vida de las Santas, me encontré con que había muchas y de distintos autores.

En conversaciones con Don Rafael Escobar Folgado, Manisero Ilustre y con una gran devoción Mariana, le sugerí la posibilidad de que me confeccionara la biografía de Les Santes Escudelleres.

No tuve ningún problema y a los pocos días me llamó para entregarme lo que había preparado. Me incluyó el plano de la cárcel donde se supone que estuvieron encerradas las Santas Vírgenes y Mártires, y tal y como me lo entregó lo publiqué en el programa de 1981.

Tal cual lo publico ahora en este Blog, en el día de LES SANTES, que los maniseros celebramos en honor a las Santas Alfareras, Santas Justa y Rufina, Vírgenes y Mártires, con un recuerdo muy especial al Maestro Don Rafael, que tantas y tantas coses me enseñó, tanto en su labor como Maestro, como Maestro en temas maniseros y que -según mi parecer- no ha obtenido el reconocimiento que se merece, por su labor en pro de Manises y de sus Historia.

En su honor la reproducción del mencionado trabajo y mi personal reconocimiento.

Pepe Esteve.
Socarrat de Santas Justa y Rufina.
Autora: Felicidad Mota Moreno.
Sevilla, ciudad
ilustre entre las que ennoblecen a España, tanto por los ricos dones
con que la enriqueció la naturaleza, como por las virtudes morales
en que en todos tiempos han resplandecido sus ciudadanos, tiene la
gloria de haber sido fecunda madre de Santos, que han ilustrado la
Iglesia, no solamente con su santa vida, sino también con su
sabiduría y con su sangre.

Sin hacer cuenta
de las falsas glorias que le han atribuido los modernos cronicones,
las tiene tan verdaderas, que desde el principio del cristianismo
hasta el presente, hay pocas ciudades de España que la igualen, y
ninguna que la exceda

Su silla fue
ocupada de los más santos y sabios prelados que tuvo nuestra
Iglesia; sus contornos habitados de monjes penitentes, que con la
disciplina religiosa justaban el cultivo de las letras; y
últimamente, sus calles fueron regadas diferentes veces con la
preciosa sangre de los Mártires de Jesucristo.

Entre estos tienen
el lugar primero y más distinguido las santas vírgenes y mártires
Justa y Rufina, espejos de castidad, testigos invencibles de la
religión del Crucificado, e inmortal gloria de su patria y de toda
España. No las dotó el cielo de aquellos bienes naturales que tanto
dominan el corazón de los hombres. Honras y riquezas, aquellos dos
ejes sobre que rueda igualmente el corazón humano, se los negó el
cielo, concediéndoles otros bienes menos ruidosos, pero de provecho
más seguro.

Sus padres eran y
de la clase ordinaria del pueblo, pero Dios los había prevenido con
las bendiciones de su gracia, llamándolos a la religión de
Jesucristo, y esclareciendo su entendimiento con las luces hermosas
de la fe. Tenían el oficio de alfarero, manteniendo su vida con el
sudor de su rostro, haciendo vasos de barro con que ganaban el
sustento.

Estaba a la sazón
Sevilla en poder de idólatras, que tales eran los romanos, cuya
dominación sufrían. No solamente prevalecía en esta ciudad el rito
supersticioso que se tributaba a las mudas obras de los hombres, sino
que además dominaban todos los vicios como en ciudad rica y
opulenta, y que a los incentivos de corrupción que habían traído a
ella sus conquistadores, añadía la proporción que le había dotado
la misma naturaleza.

Conservábanse las
dos benditas hermanas en medio de la contaminación en la santidad y
pureza de costumbres en que las habían criado sus padres,
practicando con la mayor exactitud las máximas del Evangelio. Todo
su cuidado lo empleaban en su propia santificación y en el beneficio
de sus prójimos. Vendían los vasos de tierra sin perjudicar jamás
a la justicia, no pretendiendo enriquecerse adquiriendo unos bienes
tan perecederos y falibles como la misma fortuna, sino únicamente
sustentar su vida con la honestidad y templanza que prescribe la
santa Religión que profesaban. Ejercitábanse en las obras de piedad
y misericordia, repartiendo con mano larga a los pobres lo que les
sobraba después de su honesto mantenimiento.

Así vivían estos
dos siervas de Jesucristo, labrándose una corona de merecimientos en
medio de una ciudad de idólatras, cuando llegó el tiempo en que
estos celebraban la fiesta de la diosa Salambo. Con este nombre
significaban a Venus cuando le daban culto en memoria de la muerte de
Adonis.

Hacíase esta
fiesta con gran pompa y aparato, llevando las mujeres nobles en sus
hombros el ídolo de la diosa por las calles de la ciudad,
acompañadas de una gran comitiva, que con tristes gemidos y ademanes
de dolor significaban el que tuvo la diosa Venus en la muerte de su
enamorado. Semejante superstición trajeron a Sevilla las gentes del
Oriente que se establecieron en España, trayendo consigo un rito,
que según Lampridio, llegó también a contaminar a Roma, pues
afirma que Heliogábalo ofreció sacrificios a Venus, según la
costumbre de los sirios, entre quienes se celebraba principalmente
esta deidad con el nombre de Salambo.

Al tiempo que iban
por las calles con el ídolo de la diosa pedían a las gentes que
encontraban, limosna para costear la festividad, y hacer más
solemnes y magníficos los sacrificios. Llegaron pues, a la tienda de
las dos hermanas, y habiéndoles pedido que concurriesen con sus
ofrendas a la profana festividad, las Santas lo rehusaron. Como
estaban bien instruidas en la religión cristiana, sabían que no les
era lícito cooperar por su parte a aquellos inmundos sacrificios, ni
hacerse partícipes de la idolatría con que aquellas mujeres
adoraban a la diosa.

Respondieron,
pues, que ellas no adoraban sino a un solo verdadero Dios, creador de
los cielos y de la tierra, y a su Hijo Jesucristo, que se había
hecho hombre para libertar al género humano de las cadenas de la
culpa, que aquel ídolo que traían con tanta pompa y festejo, y a
quien tributaban sus adoraciones, era insensible, sin vida ni virtud
humana, y obra solamente del demonio, digna de desprecio y
abominación. Al oír estas razones se sobresaltaron de una manera
las mujeres que llevaban el ídolo, y se indignaron con tanta furia,
que dejaron caer de sus hombros el simulacro, con cuyo golpe
rompieron gran parte de las vasijas que formaban el caudal de las
Santas. Estas, movidas menos de la pérdida que padecían que del
horror de ver en su casa el ídolo, le cogieron con su manos, y
arrojándole con desprecio le hicieron muchos pedazos. Esta acción
conmovió a todos los gentiles, tanto hombres como mujeres, quienes
viendo abatido y destrozado el objeto de sus festividades y
adoraciones, se lamentaron tristemente, y encendidos en furor
comenzaron a clamar que Justa y Rufina eran unas mujeres sacrílegas,
que debía ejecutarse en ellas una horrorosa venganza, y que el
infama atentado que acababan de cometer las constituía reas de
muerte la más cruel y afrentosa.

Estas voces se
difundieron de tal modo que llegaron a oídos de Diogeniano. Las
quejas le parecieron tan justas, y la acción de las Santas tan digna
de castigo, que inmediatamente dio decreto para que las prendiesen.
Vivían las dos virtuosas hermanas fuera de la ciudad, cerca del río,
enfrente de la antigua puerta de Triana, en donde se edificó un
hospital, que en el año 1594 fue reformada juntamente con otros.
Ejecutóse inmediatamente el decreto de la prisión, y traídas
delante de juez, las hizo éste el interrogatorio según costumbre,
exponiéndoles la temeridad de lo que habían ejecutado,
preguntándoles de su religión, proponiéndoles grandes tormentos si
persistían en ella, y grandes recompensas si la abjuraban, y
ofrecían incienso a las deidades de la gentilidad.

Las Santas, firmes
en la fe que habían profesado en el bautismo, detestaron con valor
las inicuas propuestas del Presidente, certificándole de que estaban
prontas a derramar su sangre por la confesión de Jesucristo.
Persuadióse el Presidente que aquella constancia mujeril no tendría
tanta fortaleza y estabilidad, que permaneciese en el rigor de los
tormentos; y así, mandó que las pusiesen en el ecúleo ( = Potro: Aparato  de madera, de forma prismática y con cuatro patas, en el cual sentaban, ataban e inmovilizaban a los procesados, para obligarles a declarar por medio de tormento ( que consistía en atar por medio de cuerdas sus miembros a un torno, que al girar les dislocaba y desgarraba ) y las escarnificasen con garfios de
hierro. Ejecutóse el decreto, y entre los dolores de tormento tan
cruel, no solamente perseveraban constantes en la fe que antes habían
confesado, sino que a proporción que se aumentaban las penas y la
crueldad de los verdugos, crecía también la fortaleza de sus
ánimos; de modo, que se advertía una alegría celestial en los
rostros de las santas vírgenes. Viendo el juez que todos sus
tormentos era inferiores a la constancia de las Santas Mártires, y
que estas veían con indiferencia correr la sangre de sus virginales
cuerpos, y lacerar sus miembros con los garfios, juzgó que por
entonces no podía sacar algún partido, ni contrastar su firmeza.
Tomóse tiempo, conceptuando que la lentitud de las penas encontraría
algún momento favorable en que pudiese vencer los corazones de las
Santas, y moverlas a abandonar la religión de Jesucristo, y adorar a
los dioses. Con esta persuasión mandó volverlas a las cárcel, y
que allí fuesen atormentadas, no solamente con la lobreguez, sino
con el hambre, para que debilitadas las fuerzas del cuerpo, decayesen
también las del espíritu, que tan robustas e invencibles se habían
manifestado. Todos los consejos de la prudencia humana son débiles y
falaces contra los designios y operaciones de la Divina Providencia,
y contra los auxilios con que la gracia divina fortalece a los
elegidos. En medio de los horrores de un calabozo, y entre las
penosas aflicciones del hambre y sed, se mantuvieron las Santas con
la misma constancia que antes habían manifestado, recibiendo del
cielo unos gozos inefables que las sustentaban más vigorosamente que
todos los terrenos alimentos.

Entre tanto el
astuto Presidente, no pudiendo persuadirse a que los pechos de dos
mujeres débiles pudiese caber la fortaleza necesaria para superar
todos los ardides de la crueldad, meditaba nuevos modos de atormentar
a las Santas, creyendo que al fin cederían de la que juzgaba
obstinación, y abrazarían el partido que las había propuesto. Con
este pensamiento, teniendo precisión de pasar a un lugar de Sierra
Morena, mandó que le siguiesen las dos hermanas a pie descalzo con
el resto de la comitiva. Imaginaba que esta operación podría surtir
un grande efecto. Las Santas se hallaban sumamente debilitadas por la
sangre que había vertido en el tormento de los garfios; el hambre y
la sed habían aumentado la flaqueza de sus fuerzas corporales; un
viaje penoso y acelerado las había de ocasionar una nueva e
insoportable fatiga; los caminos ásperos y fragosos habían de
lastimar sus pies hasta llegar a ensangrentarlos; todo el conjunto de
penosas circunstancias le prometían una segura victoria, pero Justa
y Rufina, encendidas del amor de Jesucristo, y fortificadas con su
divina gracia, sufrieron esta nuevo tormento con una fortaleza nada
inferior a la que habían mostrado en el ecúleo. Cada paso que daban
las aumentaba el gozo de padecer por la fe de aquel Señor que caminó
al Monte Calvario cargados con los pecados del mundo. Los caminos,
que para el Presidente y su comitiva estaban cubiertos de aspereza y
fragosidades, les parecían a las Santas sembrados de rosas y de
flores. Conoció, pues, el Presidente la inutilidad de sus astucias,
y así mandó que las volviesen a la cárcel de Sevilla, en donde
estuviesen aherrojadas con el tormento, además de la lobreguez y de
la inedia, La virgen santa Justa, oprimida de un tormento tan
terrible, llegó a perder a perder las fuerzas y debilitarse tanto,
que exhaló su purísimo espíritu, recibiendo a un mismo tiempo las
dos coronas, de Vírgen y de Mártir. Luego que llegó a noticia del
juez la muerte de santa Juta, mandó que echasen su cadáver en un
pozo profundo que había en la misma cárcel, para impedir de este
modo que los cristianos le tributasen aquellos honores que sabía
solían dar a los que morían en defensa de su religión.

En el sitio que
ocupó antiguamente esta cárcel se edificó después el convento de
la Santísima Trinidad, en donde se conserva todavía una cueva
dividida en dos ramales, y en el extremo de uno existe un pozo, cuya
agua beben los sevillanos con mucha fe, por los beneficios que con
ella han experimentado en sus enfermedades. En este mismo sitio, cuyo
horror sirvió de tormento a las dos santas hermanas, ha edificado
después la piedad un altar en honor suyo, en donde su nombre es
bendecido. El Obispo de Sevilla, que había entonces, llamado Sabino,
apenas supo la muerte de la santa, y la determinación del
Presidente, procuró por todos los medios posibles sacar el sagrado
cuerpo del pozo y darle honorífica sepultura, como en efecto lo
consiguió. Fue enterrado este precioso tesoro en el cementerio que
para este efecto había arrimado a la Ciudad, en donde llaman hoy
Prado de Santa Justa, no lejos de sus muros por la parte del
nordeste. Con la falta de su hermana quedó Santa Rufina en algún
momento entristecida, porque mutuamente se animaban a la constancia
en el martirio; pero al mismo tiempo se confortaba su corazón
considerando la inmarcesible corona de la gloria que ya gozaba su
hermana en premio de unos tormentos tan pasajeros.

Viendo el tirano
que Rufina quedado sola, y contemplando que sería más fácil
vencerla que cuando estaba acompañada, determinó acometer su
constancia con nuevos tormentos. Mandóla llevar al anfiteatro y
echarla a un león furioso, con el designio de que o la Santa se
amedrentase y mudase de parecer, o de que en caso contrario pagase su
tenacidad despedazada entre las sangrientas uñas de la fiera.
Ejecutóse así; pero ¡¡ o maravillas de la Divina Omnipotencia !!,
cuando todos esperaban que el feroz león despedazase en un momento a
la santa virgen, olvidado el bruto de su natural ferocidad, se llegó
a la Santa blandiendo la cola, y manifestando más blandura de
condición que la que tenían los hombres. Sobresaltáronse de
admiración cuantos asistían al espectáculo, y encendióse en
rabiosa cólera el inicuo Presidente viendo frustrados sus designios,
mandó a los verdugos que allí mismo le quitasen la vida, lo cual se
ejecutó rompiéndola el cerebro y el cuello, en cuyo tormento
entregó su alma al Creador. No contenta con eso la ira de Diogeniano
determinó que quemasen el sagrado cadáver, para que así como el de
su hermana había sido sustraído a la veneración de los fieles
echándolo en un pozo, de la misma manera se lograse igual efecto con
el de santa Rufina por medio del fuego. Pero el Obispo Sabino venció
con su piedad la malignidad del Presidente, pues recogiendo las
cenizas las dio honorífica sepultura en el mismo sitio en que estaba
sepultada Santa Justa. Sucedió el glorioso martirio de estas dos
Santas a 17 de Julio del año 287. Los fieles tributaron desde luego
culto como a Mártires, según se prueba del códice Veronense, y de
los templos antiquísimos dedicados a Dios con la advocación de
estas Santas Vírgenes y Mártires. Los breviarios antiguos
testifican que San Leandro fue enterrado en el templo que estas dos
Santas tenían en Sevilla, El de Santa Justa es famoso y antiquísimo
en Toledo, y el primero entre todos los mozárabes. Son celebradas
igualmente estas Santas en muchas ciudades de España, pero aunque en
lo antiguo tuvieron su rezo propio, no solo en nuestra Península,
sino también en la Galia Narbonense, con el transcurso de los
tiempos se había enfriado en parte este culto, hasta que insinuando
el Rmo. P. M. Flórez al señor conde de Mejorada, Don Gerónimo
Ortiz de Sandóval, lo extrañó que era no verse en el breviario de
España la memoria de estas Santas, se hicieron las correspondientes
diligencias, y a petición del Rey Católico concedió la Silla
Apostólica que se celebrase en todos sus dominios su festividad, con
rito doble, y en Obispado de Sevilla con oficio de primera clase y
con octava. Fernando El Grande, Rey de León, intentó que se
trasladase el cuerpo de Santa Justa a esta Ciudad, en tiempo en que
Sevilla estaba dominada por los moros. Envió para este efecto al
Obispo de León, Alvito, acompañado de Ordoño, Obispo de Astorga,
del Conde Munio y muchos soldados, pero en una visión que tuvo
Alvito le fue dicho que la virgen y mártir Santa Justa debía quedar
por voluntad de Dios para el amparo y protección de Sevilla.

Biografía de Les
Santes, tomada de la obra AÑO CRISTIANO del Padre Juan Coisset de la
Compañía de Jesús. Tomo 7º. Julio. Edición de 1854. Páginas 344
a 350
Cedida gentilmente
para esta programa por Don Rafael Escobar Folgado.

PLANO DE LAS
SAGRADAS CÁRCELES DE
LAS SANTAS JUSTA Y RUFINA

Cada medio
centímetro de este plano, corresponde a un metro de extensión.

Tomado de la obra
del presbítero Don José Alonso Morgado “Sevilla Mariana”. Año
Primero 1881 en Sevilla. Páginas del 105 a 111.
EXPLICACIÓN DEL PLANO
NÚMERO 1 AL 2:
Trayecto que hay desde la última grada hasta penetrar en las cárceles,; y del 2 al 3, tránsito por la Capilla.

NÚMERO 3:
Entrada a la Capilla. Esta mide de ancho 318 centímetros, y largo desde la pared interior del nicho que forma el retablo hasta el frontal del altar, 105 centímetros, y desde el frontal la cancela que tiene a la entrada, 163 centímetros.

NÚMERO 4:
Calabozo subterráneo, cuya puerta tiene 87 centímetros de alto, y 53 de ancho, ignorándose la forma y dimensiones de su interior.

NÚMERO 5:
Altar de la Capilla, sobre él se halla un trozo de columna, donde fueron azotadas las Santas, que mide 79 centímetros de alto, por 31 centímetros de diámetro o circunferencia. A los lados están las dos efigies de las Santas.

NÚMERO 6 y 8:
Hay dos argollas en la bóveda que dista la una de la otra 223 centímetros. Se dice que de ellas estuvieron pendientes las Santas, y que la distancia de una a otra era la bastante para que no se pudieran alcanzar, y tuviesen ese consuelo.
NÚMERO 7 Y 12:
Son dos agujeros redondos abiertos en la bóveda que se dicen servían de escuchas, por la habitación del Alcaide o guardas de los encarcelados.

NÚMERO 13:
El otro calabozo subterráneo de la extremidad de la cárcel, cuya puerta mide 81 centímetros de alto, por 57 de ancho, ignorándose como n el anterior, la forma y dimensiones que pueda tener.

NÚMERO 14:
Está la puerta cerrada que servía en otros tiempos, para comunicar con los claustros del Convento por su correspondiente escalera. Desde este sitio al número 3, que está la entrada de la Capilla, y es la bóveda corrida, tiene 200 centímetros de altura, de largo 9 metros y cuatro centímetros, y de ancho por el brazo de la capilla 157 centímetros, y en la otra extremidad 153.

NÚMERO 9:
Está la entrada que conduce al pozo cerrado con verja. Su longitud es de 21 metros y 74 centímetros, su anchura de 102 centímetros y la altura de 18 cm. Al aproximarse al pozo, angosta y baja el piso y el techo; y hay seis escalones para llegar al brocal. La circunferencia del pozo es bastante espaciosa, y su profundidad no mucha, puesto que se ve claramente todo su fondo a poca distancia, y lo común es alcanzar el agua con las manos; El 17 de Julio del presente año tenía más de 1 metro.

NÚMERO 10 Y 11:
Marcan la situación de los escalones y pozo, de que se acaba de hablar.
Estas sagradas cárceles han sido visitadas por muchos Santos y Venerables, y desde los más remotos tiempos de la antigüedad cristiana, se consideraron por lo fieles, dignas de la mayor veneración.

El Sumo Pontífice Gregorio XIII, por su Bula dada a 13 de Agosto de 1583, concedió en favor de los Religiosos de este Convento de la Orden de la Santísima Trinidad, que celebrasen el santo sacrificio de la Misa en el altar de las Sagradas Cárceles, una indulgencia plenaria, para que el alma por quien la aplicasen, si era del agrado de Dios, fuera libre de las penas del Purgatorio.

Nuestros mayores nunca olvidaron esta gracia, y aún hoy siempre que se experimenta alguna pérdida en la familia ¡¡¡ cuántos fieles acuden a cumplir este deber de la piedad cristiana !!!. ¡¡¡ Oh, cuántas veces al asistir al Santo Sacrificio de la Misa en aquel lugar sagrado, en medio del silencio y la oscuridad, hemos recordado las catacumbas de Roma !!!.

Nuestro Santísimo Padre León XIII, que actualmente gobierna la Iglesia, se ha dignado ampliar el referido Privilegio, a todos los Sacerdotes Seculares y Regulares por su Breve dado en Roma a 17 de Diciembre de 1880.

Uno de los
monumentos antiguos más gloriosos que se conservan en Sevilla a
través de los siglos, es el lugar de la prisión de aquellas
heroicas defensoras de la fe de Jesucristo.

Este local
constituía parte adyacente del Pretorio o Curia Romana, donde el
Prefecto Diogeniano administraba justicia, y dio el decreto para el
martirio de las Santas. Se hallaba situado extra-muros de la ciudad,
frente a la puerta del Sol, y ocupaba el mismo lugar que está hoy la
Iglesia y Convento, que fue del Celestial y primitivo Orden de la
Santísima Trinidad, fundación de San Fernando.

El recuerdo
histórico de más valor que contiene aquel magnífico Templo, en su
espacioso ámbito, son las lóbregas cárceles, santificadas
principalmente con la estancia, privaciones y tormentos de las Santas
hermanas, después de su doloroso viaje a Guadalcanal por los
fragosos montes de Sierra Morena, y también por haber acabado en
ellas su preciosa vida, la inocente Virgen Justa, víctima de los más
crueles y horrorosos tratamientos.

Se baja a este
sagrado recinto, por una escalera de mármoles rojos, cercada de
verjas, que hay a corta distancia después de entrar en la Iglesia
hacia el lado derecho, y consta de diecinueve gradas, que conducen a
una especie de bóveda comprensiva de tres ramales de excavaciones
subterráneas, formando desde la última grada una cruz perfecta,
según veremos en el plano que se insertará a continuación

Al lado izquierdo
de la entrad, que forma la bóveda principal, se halla la Capilla con
su altar de regulares dimensiones, y sobre él se ve la urna que
encierra un trozo de columna de piedra oscura de granito, con una
cruz en su centro formada, al parecer, por instrumento cortante.
Según una respetable tradición, a esta columna fueron amarradas
para azotarlas por disposición de Diogeniano, las dos invictas
hermanas, y ellas mismas con su uñas formaron aquella cruz, que las
servía de consuelo y objeto de adoración, en medio de los
tormentos. A los lados de la columna, están colocadas dos imágenes
pequeñas de las Santas, de regular mérito artístico.

En esta capilla,
hay al lado del evangelio una pequeña entrada a cierta especie de
gruta subterránea al piso de las cárceles, y otra semejante en la
extremidad del propio lado, cuyas ramificaciones y destino se
ignoran, conjeturándose que tal vez serían algunos calabozos, pues
aunque el vulgo dice que tenían comunicación con la torre o
castillo de la prisión de S. Hermenegildo, contiguo a la puerta de
Córdoba, y que el Santo venía por allí a socorrerlas, ésta es una
conseja despreciable, puesto que las Santas fueron martirizadas en
año 287, y S. Hermenegildo lo fue después, en el año 586, no puede
darse por consiguiente mayor anacronismo, que 299 años de
diferencia.

En esta dirección
que forma los brazos de la Cruz, y en la bóveda del lado de la
Capilla, se hallan las argollas donde estuvieron pendientes la
Santas, y además dos agujeros en el centro de cada uno de los
ramales, que se dice son las escuchas que caían a la habitación de
los guardas de la prisión.

El ramal del lado
derecho de la entrada es igual al del izquierdo, exceptuando la
Capilla, hallándose en lugar de ésta, la puerta con escalera que
servía de tránsito y comunicaba a la parte interior del Convento,
por donde recibía la luz. A la derecha de esta subida, es donde está
el subterráneo o calabozo semejante al lado de la Capilla de que se
habló anteriormente.

Al frente de la
entrada, se hallan en línea recta la ramificación más larga que
atraviesa hasta llegar por debajo de tierra a la Capilla Mayor del
Templo, donde está el pozo con cuyas aguas refrigeraban las Santas
milagrosamente su sed en la prisión, y a donde fue arrojado el
cadáver de Santa Justa, después de consumado su martirio. Siempre
ha sido tenido en grande estima y veneración por los sevillanos este
pozo, y muchos bebiendo de sus aguas, han experimentado alivio en sus
dolencias, invocando la intercesión de las Santas.

Rafael Escobar Folgado
Maestro Nacional.
Manisero Ilustre.

IMÁGENES DE SANTAS JUSTA Y RUFINA,
TANTO DE LA PARROQUIA DE SAN JUAN
BAUTISTA, COMO DE PROGRAMAS DE
FIESTAS, CALLES, ETC. 

.

Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos.
Privacidad